
No recuerdo si aquella noche el viento movía las hojas de los árboles cercanos o por el contrario una calma tremenda se había apoderado del silencio mas aterrador. No tengo demasiado fresco en la memoria si sentí el calor propio del momento, de la estación en la que estábamos, o si por no sentir mi termostato se había paralizado momentáneamente.
Todo indefinido, todo impreciso, tanto que hasta daba miedo el simple pasar de las horas, aterraba el singular sonido a silencio que la noche tiene en ocasiones.
Y es que la noche emite sonidos característicos según la percibamos, según resulte la impresión que sobre un hecho tangible captemos a través de los sentidos.
Es llamativo como los hechos reales se difuminan en el tiempo, creo yo con el fin de no deteriorar demasiado a quien recuerda siempre, se desdibujan algunas situaciones haciéndose casi borrosas como medida sanadora con una exclusiva finalidad servir de terapia contra las congojas que SI cien años duran.
Y ya solo nos quedan noventa y ocho, dos años han volado entre la incredulidad y el rechazo a aceptar la realidad, entre el enfado sobrenatural y la restauración obligada del alma.
Pero debo ser algo lenta de reacciones porque no puedo olvidaros ni un instante, necia es la palabra ya que sé que no quiero sacaros del lugar que siempre ocupasteis.
Aparecen de nuevo mis ausencias saliendo del armario en el que las guardo, se hacen presentes revivo algunos momentos tristes y otros no tanto y luego me repito que la vida sigue a pesar de ellas, recapitulo cuando toca como hoy y sigo el camino como puedo.